Representar el horror

Philippe Mesnard analiza los modos de narrar el genocidio nazi en la literatura y en el cine

Por Cecilia Macón | Para LA NACION - ADN Cultura

La convocatoria al silencio después de Auschwitz ha sido uno de los principios más ignorados. El mandato de que la representación de hechos que parecían ir más allá de cualquier desventura de la imaginación obliga a transformar el respeto en mutismo generó, en cambio, una controversia sustanciosa sobre los modos alternativos de aproximase a esos hechos. Los debates sobre la legitimidad del uso de material de archivo, sobre la opción por modos realistas, melodramáticos o cómicos atraviesan el cine, la literatura, las artes plásticas y la propia disciplina histórica.
Testimonio en resistencia , de Philippe Mesnard, reconstruye el modo en que ese pretendido silencio se transformó en una superposición incontrolable de disputas. El primer objetivo del libro es mostrar la multiplicidad de representaciones cinematográficas y literarias que encarnan la voz del testigo. El segundo consiste en refutar la posición del italiano Giorgio Agamben sobre la cuestión.
Mesnard -especialista en Primo Levi y profesor de la Universidad de Marne-la-Vallé- organiza su argumento en cuatro modelos sobre los modos de narrar el genocidio nazi: una tradición realista, una simbólica, la llamada configuración crítica y la escritura pática. El realismo refiere al análisis de obras tan distintas como Vida y destino (1960) de Vasili Grossman, El universo concentracionario (1946) de David Rousset, la visión de Noche y niebla (1955) de Alain Resnais, Lacombe Lucien (1974) de Louis Malle, o la tradición representada por Portero de noche (1973) de Liliana Cavani.
La estrategia simbólica, en cambio, opta por privilegiar la transmisión sobre la exactitud de la representación. Allí se citan los textos de Michael Borwicz, la elección de relatar el Holocausto a través de los ojos de los niños - El Rey de los Alisos (1970), de Michel Tournier, o El tambor de hojalata (1959), de Günter Grass-, la visión distanciada pero que a la vez se sostiene en un vínculo con emociones a través del poder de la metáfora e, incluso, las reconstrucciones del propio Primo Levi, el autor de Si esto es un hombre .
La configuración crítica, por su parte, se sostiene en el reconocimiento de que siempre resta una parte irrepresentable del genocidio. Aquí textos de un sobreviviente como Tadeusz Borowski se cruzan con Sin destino de Imre Kertész (1975) y Charlotte Delbo con su trilogía Auschwitz y después (1965-1971).
Finalmente, la escritura pática -atravesada por la emoción- es, extrañamente, muy difícil de encontrar en los sobrevivientes. W o el recuerdo de la infancia (1975), de Georges Perec, ocupa aquí un lugar fundacional. Con su alternancia entre autobiografía y ficción, el libro del francés abre una estrategia presente en Muestra de infancia (1976) de Christa Wolf, y la película Shoah (1985) de Claude Lanzmann.
Una de las grandes virtudes del libro de Mesnard es que no aspira a construir una narrativa de progreso sobre los modos en que se representa el Holocausto. No hay ninguna pretensión de afirmar que, por ejemplo, la sofisticación de Perec sea superior a los intentos de la década del 50. Testimonio en resistencia esquiva con eficacia esta tentación que frecuentemente conlleva una suerte de conformismo sobre la pretendida complejidad de los artefactos contemporáneos. Otro de los hallazgos consiste en ser capaz de encontrar en muchas de las obras registros distintos. Este camino evita que Mesnard se limite a observar cómo sus ejemplos encastran prolijamente en cada una de sus categorías.
Sin embargo, hay una zona del texto en la que la reflexión teórica se debilita. A lo largo del desarrollo del argumento contra Giorgio Agamben -enfatizado en el prólogo del argentino Daniel Feierstein-, el autor sostiene que, en trabajos como Lo que queda de Auschwitz , el filósofo italiano habría atentado contra la legitimidad del testigo. En la presentación de Mesnard, el señalamiento de Agamben de que el sobreviviente no es alguien que pueda testimoniar el momento mismo del horror, es decir, el de la muerte en la cámara de gas, implica una devaluación del testigo que resulta inmoral. Es extraño que no se advierta que este señalamiento tiene por objeto señalar la naturaleza paradójica del sobreviviente -es la única voz con que contamos aunque no padeció el horror en sus últimas consecuencias-, pero también su deber moral de aproximarse a la experiencia de quienes fueron asesinados y cremados. Se trata de una paradoja destinada más a potenciar que a limitar al sobreviviente. Tal vez la lectura de Mesnard demuestre que, en alguna medida, su propio texto tenga pretensiones realistas: disuelve en este punto las paradojas y las ambigüedades en que terminan por sumergir los genocidios.



Testimonio en resistencia
Por Philippe Mesnard
Waldhuter
Trad.: Silvia Kot
476 páginas

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